De acuerdo a las últimas investigaciones, nuestra esperanza de vida se incrementa cinco horas cada día. Actualmente la expectativa de vida de los mexicanos de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de aproximadamente 75 años y dentro de 10 años se estima que podría aumentar a unos 77-78 años, esto claro, dependiendo de algunos factores como avances en la salud pública, estilo de vida y condiciones socioeconómicas. Esto sin duda plantea ciertos retos en materia de finanzas públicas como el acceso a servicios de salud, la viabilidad del sistema de pensiones pero también grandes oportunidades como la cuestión de mantener laboralmente activa a una generación de adultos mayores con experiencia, talento y con una gran capacidad de generar valor a una economía que rinde culto ciego a la juventud. Es paradójico que en la sociedad y la economía del conocimiento, aún no se privilegie la capacidad cerebral, la cuál se ha comprobado que salvo algún padecimiento degenerativo, puede trabajarse y fortalecerse con el paso del tiempo.
Un hecho evidente es que la pirámide poblacional se está invirtiendo y el llamado bono demográfico que durante muchos años se pregonó como una de las grandes ventajas del país —contar con una mayor cantidad de personas en edad de trabajar que la población dependiente— está en declive. De hecho, algunos analistas mencionan que la fecha de caducidad de este “bono” será en 2030, lo que obliga a replantearnos cómo gestionar la transición hacia una sociedad más envejecida para mantener la estabilidad económica y una fuerza laboral competitiva y pujante.
De acuerdo a las leyes actuales en nuestro país, la edad de jubilación es a partir de los 65 años, población que en 2050 representará el 25% de la población, lo que hace replantearnos si debemos continuar con esta cultura de desprendimiento de las personas seniors y, por qué no señarlo, en ocasiones de discriminación ante la falsa creencia de que se han vuelto y se volverán aún más obsoletos en una economía orientada a la digitalización, la tecnificación y la automatización.
Afortunadamente, cada vez cobra más relevancia el rediseño del futuro laboral, no solo para este segmento etario, sino también en el marco de la simbiosis entre inteligencia artificial y seres humanos. Los nuevos profesionales de recursos humanos están comenzando a diseñar estrategias de age management para retener y aprovechar el talento senior y los especialistas en políticas públicas alrededor del mundo han tomado por igual cartas en el asunto, planteando iniciativas interesantes que sirven de base para los países que están próximos a vivir este fenómeno.
El caso más emblemático es Japón, país con la población más longeva del mundo y el cual fomenta el que un mayor número de personas sigan siendo parte de la fuerza laboral a pesar de llegar a la edad de jubilación. Otro caso relevante es Alemania, el cuál ha impulsado la iniciativa “50 plus”, la cuál consiste en otorgar una serie de incentivos para las empresas que contratan trabajadores mayores, así como programas de formación y reutilización profesional para ayudar a los trabajadores mayores a adaptarse a los cambios en el mercado laboral. Estas políticas si bien no solucionan completamente el problema, si representan las primeras respuestas al desafío del envejecimiento de la población, promoviendo la inclusión de los adultos mayores en la fuerza laboral y asegurando que su experiencia y habilidades sean valiosas para la sociedad.
Si no se atiende el envejecimiento de la población y no se buscan alternativas para que los adultos mayores sigan siendo atractivos y productivos en el mercado laboral, este fenómeno podría convertirse en una bomba de tiempo. Primero, el sistema de pensiones se volvería insostenible, ya que habría menos trabajadores jóvenes para financiar las pensiones de una población envejecida que aumenta con los años. Segundo, el gasto en salud pública se dispararía debido a la mayor demanda de servicios médicos para la población mayor, lo que podría colapsar los sistemas de salud existentes. Tercero, la economía podría estancarse al perder una fuerza laboral valiosa y experimentada, lo que reduciría la competitividad y la innovación en sectores clave.
Para prepararse, las empresas mexicanas deben comenzar a implementar políticas de age management que promuevan la retención y el desarrollo de los trabajadores mayores. Esto podría incluir la creación de programas de capacitación continua para actualizar sus habilidades, el desarrollo de roles flexibles que aprovechen su experiencia sin exigir la misma carga de trabajo que a los empleados más jóvenes y la promoción de una cultura organizacional que valore la diversidad etaria y el intercambio de conocimientos entre generaciones. Además, la adopción de tecnologías que faciliten el trabajo remoto y el acceso a plataformas de colaboración digital puede hacer que el entorno laboral sea más inclusivo para los adultos mayores y lograr que sigan siendo una parte activa y productiva de la economía.