¿Justa demanda o cacería de brujas?

En recientes fechas es más continuo leer o escuchar, por aquí y por allá, el término de “Feminazi”, es aún más grave cuando viene aparejado de algún adjetivo: “Malditas feminazis”, “Pinches feminazis”, etc. Una palabra reaccionaria que denota un evidente enojo de ciertas personas ante la pérdida de un poder que asumían poseer y que genera más odio y violencia en contra de las mujeres.

En el año 1791 se emite la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana donde se reconoce que “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos” (aspecto que se tradujo tan mal a la realidad para decir que las mujeres alegaban ser iguales a los hombres) y en donde queda por escrito que “el ejercicio de los derechos naturales de la mujer sólo tienen por límites tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón”. En estas últimas líneas, que por cierto no las escribí yo, queda a la luz quiénes eran los que imponían los límites al desarrollo de las mujeres.

Las primeras luchas tuvieron también su evidente menosprecio y brutal crítica tanto como ahora, basta rescatar lo dicho por Pierre-Gaspard Chaumette ‘¿Desde cuándo le está permitido a las mujeres a abjurar de su sexo y convertirse en hombres? ¿Desde cuándo es decente ver a mujeres abandonar los cuidados devotos a su familia, la cuna de sus hijos, para venir a la plaza pública, a la tribuna de las arengas (…) a realizar deberes que la naturaleza a impuesto a los hombres solamente?’. La pelea por los derechos de la mujer no es algo reciente, pero que muchos consideraron y consideran absurdo y contra natura.

En México, tan sólo de 2007 a 2016 fueron asesinadas 22,482 féminas en 32 entidades del país, según cifras del INEGI, con muertes tan violentas como lo fueron: mutilación, ahorcamiento, asfixia, degüello, por impacto de bala, apuñalamiento y ahogamiento, y que durante este periodo de tiempo reportaron el alarmante incremento de feminicidios en un 152%. . Obvio, estas cifras sólo reflejan el número de los cadáveres hallados, no se contemplan los no encontraron pero que terminaron en circunstancias similares. De estos ataques contra mujeres la OMS reporta que al menos el 38% de los asesinatos fueron cometidos a manos de sus esposos. Estas muertes, en muchas ocasiones, no se investigan o se hacen pasar por suicidios por parte de las víctimas, de los casos abiertos muy pocos llegan a una resolución, como el caso de Mariana Lima que tras siete años continúa abierto y sin que la familia reciba justicia.

En 2016 el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reportó el registro de 29,725 averiguaciones y carpetas de investigación por delitos de carácter sexual, entre violaciones, hostigamiento, pederastia, etc. con un incremento del 9% a lo reportado durante 2015 y separando sólo lo relativo a violaciones, tuvo un aumento del 5%. Una vez más, estas cifras sólo son de aquellas mujeres que denunciaron, pero el INEGI estima que cerca del 95% de los delitos sexuales jamás se denuncian. ¿Pero por qué no denuncian? Muchas mujeres que han sido víctimas de violación han afirmado que la agresión se prolonga al llegar a los Ministerios Públicos, cuando su forma de vestir, de tomar, o ante una salida nocturna se les culpa implícitamente de haber sido violadas, cuando los médicos legistas, no digo que todos, suelen ser indolentes ante el ataque y que se traduce en cómo tocan el cuerpo de una mujer vejada y donde ella continúa sintiéndose agredida.

La violencia hacia la mujer inicia desde que se es muy joven, incluso desde la infancia. En el caso de las adolescentes de 15 años, el INEGI reportó durante 2011 que 63 de cada 100 mujeres han sufrido de algún tipo de violencia a manos de su pareja o cualquier otra persona, que durante 2010 cerca de 9.8 millones de mujeres de 15 años o más han padecido de violencia sexual, física o emocional por su pareja, esposo o novio. Ahora, las mujeres no sólo son víctimas de cualquiera de estos tipos de violencia al interior de sus hogares, sino también al exterior, al ser culpadas socialmente de su situación, al usarse frases como: “Algo ha de haber hecho para que su marido le pegara”, “Si no le gustara que le pegaran no seguiría con él”, “Prefiere aguantar golpes antes que salir a trabajar”, etc.

Ahora, echando la mirada hacia lo laboral, durante 2016 la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo reportó que las mujeres ganan un 30% menos que los hombres. Esta brecha se ahonda más dependiendo del estado del país que entre en cuestión, por ejemplo: en Nuevo León la brecha salarial es aún más profunda con un 39%, Sonora ocupa un segundo lugar con 38% y la brecha en la Ciudad de México gira alrededor del 23% . Si bien es cierto que las mujeres pueden desempeñarse en este país, en términos legales, al 100% en las actividades que antes se consideraban exclusivas de los hombres, no tienen una retribución equiparable al salario de ellos a pesar de contar con los mismo o más estudios y experiencia que los varones, no importa que ocupen un alto rango de la jerarquía en una empresa, institución educativa, partido político, etc., al final, su salario casi siempre es menor al que algún antecesor o sucesor masculino.

Si bien es cierto que muchas feministas han caído en un aparente extremo, que hasta yo misma he criticado, también hay que reconocer que ante las cifras presentadas líneas arriba todo parece menos absurdo, todo empieza a cobrar sentido y se comprende mejor que las mujeres busquen tomar acciones, por tontas que parezcan a los ojos de muchos, para frenar esta exacerbada violencia en contra de la mujer. Basta que se mencione algo de género para que no falten los machos alfa lomo plateados que nacieron mucho después a su época, para que se pronuncien en contra y levanten la voz diciendo, “Ahí van de nuevo estas feminazis”. Este llamado es para los hombres y mujeres que han usado este término, para aquellos hombres que pierden el control cuando sus novias o esposas no quieren mantener relaciones sexuales con ustedes, para aquellos hombres que ven a una chica en la calle y tienen la imperiosa necesidad de gritarles algo que ratifique su hombría, para aquellos hombres que usan como pretexto el aglutinamiento en el transporte público para acercarse inapropiadamente a una mujer, para aquellas personas que juzgan el liderazgo y compromiso de una mujer trabajadora por el hecho de ser madres de familia y que adjudican el enojo de una mujer a la falta de sexo o a sus cambios hormonales. Ya basta de usar frases tan gastadas como “Viejas juntas, ni difuntas” y cambiémoslas por “Mujeres juntas, y no difuntas”, nunca sabemos si nuestras hijas, hermanas, esposas o amigas serán las siguientes en inflar las cifras de los censos de ataque a mujeres.

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