Si hay un poeta en lengua castellana que ha sublimado el amor en ausencias puras, ese es Don Pedro Salinas (Madrid 1891 – Boston 1951). Actor clave en la llamada “Generación del 27”, Salinas cuenta con una trayectoria poética de amplios matices y temática diversa, que podemos encontrar reunida en libros como Razón de Amor, Largo Lamento, Presagios, Fábula y signo, La voz a ti debida, entre otro más. No obstante, de toda su producción destaca aquella famosa trilogía dedicada a los recuerdos sin nombre, en donde la palabra se queda a penas en una reminiscencia del amor. Desde luego hablamos de La voz a ti debida, Razón de Amor y Largo Lamento, tres de los poemarios más significativos de la lírica romántica en lengua castellana durante el siglo XX.
Y es que aquellos versos que rezan “La forma de querer tú / es dejarme que te quiera…” han dejado una huella indeleble en millones de amantes en todo el mundo. Recuerdo que la primera vez que tuve la oportunidad de leer a profundidad a este gran poeta fue durante un largo viaje hacia el mediterráneo. En esa ocasión, llegó a mis manos un precioso libro con los tres grandes poemarios ya mencionados, en una edición de Cátedra comentada y prologada por Monserrat Escartín. Al reflexionar sobre sus versos, comencé a notar ciertas recurrencias en el discurso poético de Salinas, especialmente en la red de conceptos empleados por el autor, en las que se repiten constantemente las ausencias, los territorios sin nombre, la nostalgia de lo no dicho y los recuerdos de un amante sin memoria.
Un ejemplo de lo anterior se encuentra en el siguiente fragmento: “Ya no puedo encontrarte / allí en esa distancia, precisa con su nombre, / donde estabas ausente”. Este tipo de imprecisiones se encuentra entretejida discretamente como hilo conductor, desencadenando una secuencia semántica que nos lleva a una realidad inmaterial que se recrea en la palabra poética y que toma realidad únicamente al momento de ser nombrada. En este sentido, cabe mencionar el siguiente fragmento: “Mañana. La palabra / iba suelta, vacante, / ingrávida, en el aire, / tan sin alma y sin cuerpo, / tan sin color ni beso, / que la dejé pasar / por mi lado, en mi hoy. / Pero de pronto tú / dijiste: ‘Yo mañana…’ / Y todo se pobló / de carne y de banderas”. De esta manera, la palabra es dadora de vida, saca de la niebla todo aquello sumergido del sueño poético.
Asimismo, en estos territorios construidos de nostalgia se encuentran presentes fantasmas que dan forma al doble, a ese ser idealizado suspendido en la mirada lejana del poeta. Para ilustrar esta idea, se me viene a la mente este formidable comienzo: “Se te está viendo la otra. / Se parece a ti: / los pasos, el mismo ceño, / los mismos tacones altos / todos manchados de estrellas”. ¿Qué fue real y qué fue sólo invención de la memoria? Ahí se encuentra la magia de Salinas, en ese reino de presencias que nos invitan a sumergirnos en el encadenamiento de lo indeterminado, que sólo toma forma cuando viene a la imaginación poética: “Di, ¿te acuerdas de los sueños, / de cuando estaban allí, / delante? / ¡Qué lejos, al parecer, / de los ojos! / Parecían nubes altas, / fantasmas sin asideros, / horizontes sin llegada. / Ahora míralos, conmigo, / están detrás de nosotros.”.
Finalmente, no me queda más que invitarlos a darle un vistazo a la poesía de este gran poeta y a recrear aquellos rostros que sobrevuelan la palabra de los amantes.