Por mi culpa, por tu culpa, por nuestra culpa

 

Daniel López Herrera

 

De héroes, dragones y una vuelta más hacia el presidencialismo

Algo pasa en nuestros cerebros que se rinden fascinados ante los relatos épicos del héroe que, viniendo de lo ordinario, alguien como tú y como yo, ha sido elegido por el destino para lanzarse a la aventura, vencer fuerzas tenebrosas, lograr una victoria estoica y regresar con sus semejantes, dotados de un poder sobrenatural, capaz de otorgar favores, dádivas y cambiar la vida de todos a su alrededor.

 

El mitólogo e historiador estadounidense Joseph Campbell sostiene que los héroes de numerosos mitos, a lo largo de nuestra historia, comparten estructuras y desarrollos fundamentales. Desde Jesús y Mahoma, hasta el bastardo Jon Snow en Game of Thrones, todos muestran una estructura similar, con la cual empatizamos durante su etapa de personas comunes y corrientes, en la que padecen los mismos sufrimientos y miedos, pero que, ante un acontecimiento extraordinario, logran trascender el mundo ordinario para, en nombre de todos nosotros y de nuestro bienestar, lanzarse a la aventura y conquistar el tan apreciado tesoro.

 

No recuerdo haber escuchado una épica, una fábula, un mito, en el que se hable del grupo, de la colectividad como héroe del cuento. Al parecer es una impronta del ser humano y más del mexicano.

 

Poder máximo

La historia no es nuestro fuerte, además, si tienes menos de 25 años, tal vez no tienes idea de que en México se vivió un largo periodo de presidencialismo, en el cual una sola persona tenía un poder excesivo que anulaba, no sólo el equilibrio de poderes, sino las funciones del resto de las instituciones políticas. A este tipo de acciones no establecidas en la ley se le conocían como atribuciones metaconstitucionales, lo que le permitía magnificar su poder y situarlo como una institución que decidía absolutamente todo en el país, política económica, política energética, política social y todo mundo debía alinearse a sus directrices. Todo era más ágil porque no había deliberación, decisiones conjuntas, ni se perdía tiempo en convencer a los actores, bastaban unas palabras… “es orden del presidente”.

 

AMLO al centro de nuestro universo

La lucha de los mexicanos por conformar un régimen democrático de instituciones y garantías ha sido un largo proceso de cambios y presiones. Logramos descentralizar el poder y que esté se repartiera en distintas instancias, y que la sociedad civil organizada tuviera mayores canales de participación. No obstante, nuestra mente cae presa nuevamente del monomito. Creemos que la vida pública del país, las decisiones, la deliberación de los asuntos importantes y la agenda se originan en la figura de AMLO y nada más.

 

Durante la contingencia ambiental vivida en la Ciudad de México y otras entidades del país, la Secretaria responsable de estos temas brilló por su ausencia. Los especialistas encargados de despachar en torno a aquellos asuntos importantes, para los que se requiere un profundo conocimiento y experiencia, se encuentran en la sombras, son seguidores, no se mueven sin el pestañeo del presidente.

Cambiar la narrativa

La oposición, los medios de comunicación, la polarización en redes sociales, la agenda política, la interlocución, hasta nuestras conversaciones de familia durante la cena y el café con los amigos tienen como común denominador la figura de Andrés Manuel López Obrador. Simple y sencillamente no es sano, ni para nosotros, ni para la democracia, ni para el país. Nosotros mismos le otorgamos facultades y poderes más allá de los necesarios. Nosotros mismos somos culpables de que aparezca en el horizonte una vuelta al presidencialismo.

 

Se nos ha olvidado que, si bien incipiente, a veces inoperante e incluso frágil, hemos construido una democracia donde podemos ejercer nuestros derechos e impulsar iniciativas. Sin duda, hay vida política más allá de la figura de AMLO. No dejemos de lado nuestro papel en la historia pensando que ésta es de un único protagonista. La historia la escribimos cada uno de nosotros en múltiples escenarios y en distintos niveles. Es nuestra omisión la que provoca que el mesianismo político aparezca de nueva cuenta en nuestro relato.

 

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