Radiografía de la crisis argentina y lo que no debemos hacer

Jorge de la Cruz

 

A principios del siglo pasado Argentina era uno de los países que más destacaba a nivel Latinoamérica por su desarrollo económico y cultural, lo anterior debido a una fuerza agroexportadora sobresaliente y una creciente inversión extranjera. Entre 1870 y 1914, la economía argentina experimentó un crecimiento promedio de 5 % por año y se ubicaba como una de las naciones más ricas del mundo.

 

Desde entonces el país ha tenido épocas de bonanzas y también de crisis económicas, estas últimas originadas por desbalances presupuestales (mayor gasto público que ingresos), sobreendeudamiento del gobierno, así como crisis financieras internacionales que afectaron tanto al país como al resto del mundo. Durante estas décadas, el régimen de gobierno ha pasado por diversas transformaciones y derrocamientos, desde la dictadura hasta la democracia.

 

Desafortunadamente, hoy en día, el país argentino experimenta un periodo de turbulencia económica que amenaza con revivir episodios de crisis anteriores. El recuerdo de 2001 todavía vive en la mente de sus habitantes, cuando la situación de las finanzas públicas fue tan adversa que dejaron de pagar a sus acreedores (default) internacionales.

 

En aquella ocasión, el gobierno apostó por incrementar los impuestos a las exportaciones y realizar fuertes recortes a programas sociales para fomentar un déficit cero (presupuestario), además de un importante endeudamiento con instituciones internacionales. Finalmente la presión social se manifestó con la destitución de 6 presidentes en 10 días.

 

En las elecciones de 2003, en una segunda vuelta que no se dió (se retiró el expresidente Carlos Ménem), el candidato Néstor Kirchner fue declarado presidente. Él, poco después, logró revertir la situación económica adversa del país al reestructurar la deuda pública, lograr un superávit presupuestario e incrementar las reservas internacionales.

 

En los años siguientes el rumbo de la economía argentina se caracterizó por generar alianzas estratégicas regionales, principalmente con Brasil y Venezuela, mientras que China se convirtió en su principal comprador de materias primas (también aumentaron los precios internacionales de las mismas), lo que hizo que el país creciera a una tasa promedio del 9 % anual hasta 2007.

 

Durante estos cuatro años se realizaron fuertes inversiones en salud y educación (gasto público), así como programas sociales, con lo cual disminuyeron significativamente los niveles de pobreza y creció la clase media argentina. Sin embargo, ya bajo el mandato de Cristina Kirchner, esposa del expresidente, la situación económica internacional fue menos favorable (crisis internacional de 2009), volvieron los déficit presupuestarios, el endeudamiento y la caída de las reservas internacionales.

 

El extremo de la política económica se observó cuando, para seguir impulsando el gasto público, el Banco Central decidió financiarlo a través de una mayor impresión de dinero. Los efectos colaterales fueron un incrementó significativo en la inflación doméstica, en detrimento del poder adquisitivo de los salarios. Una vez más, Argentina se encontraba al filo de una nueva crisis económica.

 

Argentina en la actualidad

El desencanto por la política económica de la presidente se manifestó y materializó en las elecciones presidenciales de 2015, cuando el candidato Mauricio Macri fue declarado ganador, quién durante campaña propuso una serie de políticas económicas muy diferentes a las de su antecesora.

 

En los últimos años, el gobierno argentino ha realizado esfuerzos por sanear sus finanzas públicas, al realizar ajustes “graduales” en la economía, con el objetivo de disminuir poco a poco el gasto público y reducir grandes subsidios (transporte, gas y electricidad), esto para lograr una situación de déficit cero. Sin embargo, los resultados no han sido los esperados, porque los cambios han sido más lentos de lo anticipado.

 

Lo anterior ha dejado al país argentino a medio camino, pues ha generado un alto nivel de incertidumbre sobre el futuro económico del país. Esto se refleja en la fuerte depreciación que ha sufrido el peso argentino en lo que va de 2018, al duplicar la cantidad de monedas locales (-100%) para intercambiarse por un dólar estadounidense.

 

La fuerte depreciación del peso argentino ocasionó un incremento significativo de los precios de los bienes importados, esto ocasionó un efecto “traspaso” hacia la inflación doméstica. Debido a todo esto, actualmente, se observan fuertes incrementos de precios, que solo son superados (en la región) por lo que se observa en Venezuela.

 

Hoy en día, el gobierno de ese país trabaja para restablecer la confianza en la economía argentina, desafortunadamente su deuda externa ha crecido en los últimos años y sus principales acreedores presionan por implementar mayores restricciones al gasto público. Por lo cual, es estratégica la reducción de su gasto, sin embargo, las consecuencias podrían ocasionar un escenario de encono social (descontento, marchas, entre otras) similares a las de 2001.

 

Consideraciones finales

Las lecciones que brinda el caso argentino son amplias. Por un lado, las políticas de corto plazo (aumento desproporcionado del gasto público) pueden aliviar algunos malestares sociales, pero a la vuelta de los años son financieramente insostenibles. Por otro, las políticas económicas no pueden ser tan rígidas que sacrifiquen el bienestar social de la población.

 

La situación actual de Argentina es muy diferente a la de México. En nuestro país, las variables macroeconómicas tienen un desempeño aceptable, que brindan cierta estabilidad. Es cierto que la deuda pública ha crecido, pero los niveles están lejos de ser alarmantes. Probablemente, el mayor reto para nuestra economía es que, aproximadamente, la mitad de la población mexicana aún sigue en situación de pobreza.

 

Ante un cambio de gobierno (y de modelo económico), donde el bienestar social puede convertirse en el centro de la política económica, es relevante cuestionarnos cómo debe ser esta transición. El gasto público debe aumentar (sobretodo el de infraestructura), pero debe observarse a qué ritmo y cómo hacerlo financieramente sostenible (sin generar fuertes desajustes fiscales). Las respuestas a estos cuestionamientos pueden ser la diferencia entre un periodo de crecimiento sostenido o aventurarse en un sendero similar al argentino.

 

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