Una mala gestión del cambio y la posibilidad de un país fracturado

Daniel López Herrera

 

Lo hemos comentado antes, la fiebre reformadora se propaga en un ambiente de efervescencia triunfadora. Las promesas fueron muchas y el tiempo para cumplirlas es limitado.

 

Ha sido una semana en el que los medios de comunicación y las redes sociales han abordado el tema de la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco de manera intensa, en ocasiones sensacionalista y en otras más objetiva.

 

Más allá de entrar en la discusión de las formas y el aspecto legal, tenemos que aceptar que el común denominador de aquí a, por lo menos, los próximos seis años, será el cambio. De esta forma, a continuación, quisiera abordar ese tema, sobre todo, dados los casos de polarización social que se han presentado en otros países ante proyectos y personajes parecidos a nuestro presidente electo.

 

A manera de elogio…

 

¡Claro que el cambio es posible! Pero, sobre todo, necesario. Es una de las condiciones inherentes a todo ser vivo para permanecer y subsistir en un entorno complejo, cambiante y, en ocasiones, turbulento.

 

El cambio consciente y sensato es el resultado de uno de los procesos más interesantes y valiosos de los seres humanos, ya que, a través del análisis y reflexión de la realidad, se decide adoptar un comportamiento, trayecto o acciones diferentes.

 

La Historia da cuenta de muchos países que, después de haber sufrido profundas crisis económicas, humanitarias, guerras y desastres naturales, han logrado reconvertirse gracias a esta gran capacidad, pero, de la misma forma, encontramos otros casos en los cuales el proceso se vio distorsionado por lo que podemos llamar una mala gestión del cambio.

 

Desde hace algunos años, en nuestro país, hemos determinado como necesario y urgente un cambio social, económico y político, en donde prevalece la suposición que al generar el último propiciamos en automático el de los dos primeros.

 

Sin duda, tenemos un Presidente electo que está rompiendo el status quo y que manifiesta los rasgos característicos de un “reformador”, propio de nuestra esencia latinoamericana, devota a los hombres que nos guían en la oscuridad y son capaces de llevarnos a la tierra prometida. No obstante, el cambio es algo de cuidado y que se debe gestionar de forma controlada y planificada, en caso contrario, los resultados pueden ser muy costosos e indeseables, a pesar de las nobles intenciones que los originan.

 

Para empezar a desenredar un poco este punto de vista, comencemos con la clasificación del cambio en dos categorías:

  • Impuesto: Es producto de una posición de poder, ya sea otorgada por una posición o puesto adjudicado, o bien, por el respaldo de una gran parte de los miembros de un grupo. Generalmente es abrupto, intempestivo y acelerado.
  • Consensuado: Antes de emprender acciones, busca comunicar, en una etapa de sensibilización, las razones del cambio, esto con el fin de involucrar a todos los interesados, al igual que mencionar los pormenores del plan para llevarlo a cabo, así como los resultados esperados.

 

SI bien el segundo da luces de ser más lento y requerir mayor esfuerzo, esto permite gestionar el cambio con mayor certidumbre y de forma gradual, propiciando el crecimiento de los involucrados en el proceso. Recordemos que los países que han logrado reconvertirse o salir de situaciones en extremo adversas, lo han hecho a través del tiempo, de forma paulatina y con un fuerte involucramiento de la sociedad, proceso que puede dar pie a su evolución y maduración democrática en la mayoría de las ocasiones.

 

Sin duda, López Obrador y su equipo han dado muestras de que gobernarán de forma diferente y tienen todo el poder del aparato estatal para hacerlo sin mucha resistencia aparente. No obstante, en el sistema político intervienen una gran cantidad de actores que, si bien pueden tener posiciones encontradas, tener una buena comunicación y descripción de las razones por las cuáles se toman determinadas acciones, cómo se llevarán a cabo y los resultados esperados, pueden transformar a posibles opositores en aliados o, en el mínimo de los casos, disminuir la resistencia.

 

Después del ejercicio antidemocrático de la consulta, se ha encomendado a una Comisión encargada de la “operación curita”, con la finalidad de reparar la relación, principalmente, con el sector empresarial. Una de las máximas en gobierno, no solo en la vida, es que es mucho menos costoso prevenir y planear, que corregir los errores. Esperemos que en futuras acciones se tenga una mejor gestión por parte de los interesados y que se ponga mucho esfuerzos para sensibilizar a los ciudadanos sobre las razones de las decisiones, ya que esto, sin duda, será un antídoto a la polarización social que se puede originar por la simple imposición de acciones.

 

A continuación presentamos un esquema muy importante que se tiene que seguir para gestionar el cambio, sobre todo si se ocupa un cargo público.

 

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