Pemex con el corazón roto

ISAÍ GONZÁLEZ

 

En la vida política, económica y social de México se presentan matices muy interesantes que pocas veces tienen las características con que se visualizan hoy en día. Por más de 70 años la sociedad estuvo peleada con el gobierno, cada política pública, movimiento o decisión que realizaban las administraciones gubernamentales eran fuertemente criticadas y rechazadas por la mayoría de los ciudadanos. Por otro lado, la economía y la política solían ser asociadas, casi inseparables, una cuidaba de la otra a fin de obtener beneficios mutuos aunque esto implicara agravios para la sociedad. Sin embargo, hoy vemos un escenario diferente, caracterizado por una separación de la clase política de la económica y, a su vez, una asociación casi del tipo romántica entre el gobierno y la sociedad, que atraviesa su mejor momento.

 

De acuerdo con la última consulta realizada por El Financiero, en enero del presente año, el 76% de los ciudadanos mexicanos aprueba el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), esto representa un incremento de 6 puntos porcentuales respecto a la consulta inmediata anterior (diciembre 2018). Los resultados son interesantes ya que la aceptación incrementó pese a los problemas que se ocasionaron por el desabasto de combustible a inicio de año y por los conflictos de intereses que recientemente se han descubierto en algunos miembros de su gabinete Así, parece que el presidente y el pueblo mexicano mantienen una relación similar al enamoramiento, pues, pese a los múltiples errores cometidos por el que gobierno, el pueblo sigue confiando de manera ciega en él.

 

No así la política y la economía, que cada vez se miran más confrontadas y lo que hace una parece perjudicar a la otra, principalmente desde la política hacia la economía. El ejemplo más claro de esto lo vemos en los problemas que la paraestatal más importante de México, es decir Pemex, está enfrentando por la situación de su financiamiento y sus pasivos totales, que casi exceden 3 a 1 a sus activos.

 

Si bien es cierto que la situación de Pemex NO fue provocada por la nueva administración, ya que obedece a un largo proceso de deterioro, sí es su responsabilidad desde que asumieron el cargo el 1 de diciembre. No obstante, el nombramiento de Octavio Romero Oropeza como nuevo director de la paraestatal disgustó desde un principio a los mercados, pues su perfil es más político que financiero o económico y no cuenta con la experiencia necesaria que obliga dicho sector.

 

Prueba de ello es el fracaso que el director de finanzas, Alberto Velázquez García, y el Secretario de Hacienda y Crédito Público, Carlos Urzúa Macías, tuvieron en la reunión en Nueva York con importantes inversionistas durante enero pasado. En la misma, dieron a conocer los planes de negocios de Pemex y la estrategia de combate al robo de combustibles, sin embargo, cuando los analistas cuestionaron temas específicos sobre la creación de la nueva refinería (financiamiento y cumplimiento de obligaciones), así como de los márgenes de beneficios (estimaciones), las respuestas fueron percibidas como vagas e insatisfactorias. Y, lo que es peor, dejaron la sensación de que la actual administración desconoce el funcionamiento de la principal empresa del Estado mexicano, esto de acuerdo con un reporte de Barclays.

 

No sobra decir que Romero Oropeza no se pronunció al respecto, sino que ha manejado un perfil bajo y evitado hacer aclaraciones sobre la situación cuando los mercados refieren su preocupación por las finanzas de Pemex; evidentemente esto ahuyenta aún más la confianza de los inversionistas.

 

Y es que el plan de Pemex contrasta con la realidad económica internacional, debido a que su éxito se basa principalmente en dos factores: producción y venta de crudo y derivados. La demanda mundial de petróleo ha venido en declive desde 2014, por lo tanto, la producción mundial se ha tenido que reducir, a fin de empatar la demanda y lograr un precio de equilibrio. En el caso de Pemex, la producción disminuyó, de 3.5 millones de barriles diarios en 2004, a 1.8 millones de barriles diarios en 2019; es decir, una reducción del 48.5%.

 

Pero la reducción en la producción dependió, en su mayoría, del mercado mundial y no de Pemex. Por su parte, el precio internacional del petróleo comenzó una caída considerable desde mediados de 2014, a consecuencia del exceso de oferta. El precio de la Mezcla Mexicana de Exportación (MME) llegó a cotizar en 132.7 dólares por barril hasta el primer semestre de 2014, mientras que en 2019 promedia un precio de 51.9 dólares por barril; es decir, el precio se cayó hasta en un 60.9%, lo que representa menores ingresos para la paraestatal. Poner la esperanza de Pemex en una recuperación del precio internacional es demasiado optimista.

 

El contexto internacional y las decisiones que la dirección de la paraestatal están tomando ponen los bonos de Pemex al borde de ser considerados bonos basura. El gobierno federal deberá decidir si ayuda a Pemex a salir del hoyo, a fin de estabilizar su situación, o continuar el romanceo con sus simpatizantes a través programas asistenciales. Al final de cuentas, la decisión impactará a todos: política, economía y sociedad en su conjunto.

 

Suscríbete para más artículos


Compartir en: